La muerte de la trabajadora de Austral Construcciones deja dos lecturas claras. Una la negligencia del estado y la falta de responsabilidad para responder ante las necesidades de la sociedad, y la otra la ambición desmedida de un sector comerciante de política, arbitrariamente monopólico que no se detiene en nimiedades tales como, la seguridad, la calidad de la mano de obra, y la salud de sus trabajadores. Resulta inconcebible que un Vicegobernador, priorice la construcción de una rotonda fraudulentamente valuada en millones de pesos, a las condiciones laborales de quienes sustentan el sistema. No se puede ser moralista y democrático cuando detrás, la dignidad se dejó pisotear por el sólo hecho de obtener la inmunidad solidaria procurada indiscretamente por Kirchner.
¿Qué clase de potestad le queda a un funcionario público que repta por tener un salvoconducto que lo saque del calvario que él mismo permitió gestar?
Raya la obscenidad ver a Juan Bontempo, Daniel Varizat, Carlos Sancho, Elsa Capuchinelli, Judith Forstman, Silvia Esteban, Roque Ocampo aparentar desasosiego por lo que pasa en Santa cruz, que no constituye más que su propio temor a ser vergonzosamente escrachados, a verse en el espejo de la realidad donde finalmente el reflejo que les queda no demuestra más que una imagen malograda y estéril de lo que son: verdugos de su propio destino.
No existe un estado de derecho, porque no hay derechos, lisa y llanamente la situación actual en Santa Cruz roza inconstitucionalmente el estado de sitio, donde los aspirantes a cadetes de la policía actúan como poder coartador de los facultades amparadas por la CARTA MAGNA, vigilando e infiltrándose en la vida privada de la gente por un temor caprichosamente paranoico de un hombre que ve con un solo ojo la realidad que se construyó para sentirse seguro, y que teme constantemente le recaiga en sus ajados hombros el equilibrio natural de la balanza.
Sostener una defensa política a base de ladrillos no le garantiza un fortín infranqueable, y estas son las debilidades que sus propios obreros, cómplices de esta demencia, cimientan convencidos de su indestructibilidad. Pura imaginación surrealista y hasta mística.
Lázaro Báez no es ni por aproximación lo que representa, es ante todo un rehén de su torpeza y egoísmo, lindante a la petulancia de creerse “alguien” por el solo hecho de estar cobijado bajo un ala madre que desteta sin aviso. Aunque para algunas cosas carezca de vivacidad para otras es consciente, ya que el remordimiento de vivir a cuenta de un “subnormal”, le duele en la conciencia que pudo tener, de haber preferido ser digno ante sus propios ojos. Hoy es el hijo bastardo, aquel que no se puede matar pero en el que tampoco se puede confiar. Su padre putativo lo sabe, y maldice una y otra vez cómo fue capaz de dar a luz a un eterno platelmito con presunción de mariposa.
Intentaron plagiar de alguna enciclopedia de bagatela lo que es ser caudillo político, aunque su restringida capacidad de comprensión reelaboro el mensaje y en su equivalencia se convirtieron en excelentes subalternos degradados. En pocas palabras quisieron tirarse al mar siendo guardavidas y confluyeron en bañeros.
Con esta alcurnia biodegradable con fecha de vencimiento caducada hace doce años, no se puede procurar ideas luminarias, o simplemente un atisbo de raciocinio. Todo es posible, aunque irónicamente no se puede esperar nada de ellos.
Sólo resta medir en el tiempo la magnitud de la enfermedad que acosa a la sociedad santacruceña. Perplejos ante un dolor que no tiene cura por el momento, no se pretende fumigarlos, sería malgastar recursos valiosos, sino por el contrario generar anticuerpos ante la invasión de estos virus, que sin un huésped donde sostenerse mueren agónicamente en medio de un lamento rotundo por haber nacido inservibles.
Juliana Lasagno
julianalasagno@gmail.com
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